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Coque Claret y Dani Calatayud trabajan e investigan juntos desde hace 15 años. Arquitectos y profesores en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura del Vallés (ETSAV), ambos tienen una larga trayectoria en torno a una concepción de la arquitectura como medio de creación de espacios más eficientes energéticamente, menos contaminantes y, en consecuencia, más saludables para el ser humano. De todo ello, hablan con entusiasmo en esta entrevista.

-La puesta en marcha de la primera supermanzana en Barcelona está provocando un intenso debate ciudadano. ¿Cuál ha sido su implicación en este tema?

Coque Claret: Salvador Rueda, director de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona empezó a hablar de las supermanzanas hace unos 30 años, pero hasta ahora nunca había habido una voluntad para ver si el concepto podía funcionar o no. Paralelamente, entre algunos profesores de la ETSAV y de otros centros constituimos la Confederación de Talleres de Proyectos de Arquitectura, con el objetivo básico de llevar a cabo acciones. En la primera de ellas, “Combatir el frío”, ligada a la pobreza energética, 200 estudiantes tuvieron que construir un refugio en una semana para tratar la pobreza energética. La experiencia formó parte de la exposición “Piso Piloto” en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Ahora, hemos colaborado con la Universidad Internacional de Catalalunya (UIC) y Salvador Rueda para poner en marcha la prueba de la supermanzana, que ha generado un debate que pensamos es interesante.

Se trata de la prueba de un modelo de implantación urbano muy económico y que cambia radicalmente la ciudad, sobre todo en cuanto a la atmósfera, a la naturaleza de este espacio. Eso sí, con muchos interrogantes, porque la ciudad es algo complejo, y con muchas ideas antagónicas. Es como el experimento de un científico. La acción pone sobre la mesa los problemas y por lo tanto la discusión y el debate. Se ha podido hacer con 200 estudiantes que han estado durante una semana montando cosas, algunas muy bien aceptadas por la ciudadanía y otras contestadas. Cosas que son maravillosas a los ojos de los niños y horribles para las ambulancias o los autobuses, por ejemplo. Lo peor que les pasaba a las supermanzanas es que era un concepto de casi hace 30 años y del que nadie hablaba y ahora se habla, se debate. Es evidente que el resultado final de las supermanzanas no será lo que estamos viendo en la acción de estos días, pero es el inicio de un proceso para transformar la ciudad de una forma razonable y extraer el potencial que tiene el espacio público en Barcelona si se racionaliza de manera radical la circulación de vehículos de combustión interna.

Como motivación para llevar a cabo este proceso tenemos que añadir los problemas de salud, que han pasado a un primer plano en los últimos años. Es un aspecto fundamental. El aire de peor salubridad de toda Europa se encuentra en el Eixample de Barcelona. El modelo de ciudad compacta y sostenible tiene el peor aire del continente y registra el mayor número de muertes por enfermedades asociadas a este aire. Esto no puede ser. No podemos ser los más sostenibles y los más insalubres. Este es el principal motor del cambio que ejemplifican las supermanzanas: el hecho de no querer una ciudad sostenible, sino una ciudad saludable, donde se pueda vivir. Esto lo entiende todo el mundo.

Dani Calatayud: Desde el punto de vista de la huella de carbono es una mejora, pero no es una gran mejora. Quizás el razonamiento definitivo es el aumento de las partículas en suspensión de menos de 2,5 micras (PM 2,5), que en buena parte provienen de las emisiones de los vehículos con motor diesel y que tienen efectos nocivos en nuestra salud. Lo que es sorprendente es la poca presencia de estos argumentos incontestables y de primera magnitud en los medios de comunicación.

C.C. Y las grandes ciudades europeas están ya en esta línea: Ámsterdam, Londres, París… No somos los inventores de la rueda. Ahora se trata de ver cómo nuestro modelo urbano puede adoptar esta idea. Las supermanzanas tienen un gran potencial de sistematización y sobre todo son muy económicas. Con cuatro señales y cuatro botes de pintura cambias totalmente la movilidad y reduces el flujo de automóviles en cadena en el resto de la ciudad. Habrá muchos obstáculos, pero nadie puede defender que es saludable vivir en una ciudad donde el 80% de los automóviles tienen un motor diesel, sino que es peligrosísimo.

– Entonces, ¿un modelo de ciudad sostenible y saludable real equivale a prescindir de los automóviles?

D.C. No nos engañemos, el problema principal en sostenibilidad es el cambio climático, que obliga a una reducción inminente del 75% de las emisiones en los Estados Unidos y del 50% en Europa. Esto pasa por una reducción del 90% de las emisiones en el sector edificación, incluido el stock construido, que son 22 millones de edificios en España. De todas las acciones que se hacen, las que vienen con más retraso son las que afectan a la automoción, el transporte rodado y de mercancías y la aviación. Se acostumbra argumentar que los habitantes de la ciudad compacta tienen una huella de movilidad menor. No es verdad, La huella de movilidad depende de la renta. Las rentas más altas hacen muchísimos kilómetros en avión y las bajas no, por ejemplo. Como no se contabiliza bien, se dice que la ciudad compacta es sostenible, pero es bastante más complicado que eso. Algunos habitantes de la ciudad compacta tienen una huella de movilidad muy baja, pero otros la tienen fenomenal, con segundas residencias y 40.000 kilómetros anuales en avión.

C.C. Y no hablamos sólo de los desplazamientos. ¿De dónde vienen los alimentos que se consumen, la ropa, los productos manufacturados de todo tipo? La ciudad no puede ser sostenible porque es un condensador energético formidable. El hinterland que genera y necesita una ciudad es mucho más grande que su municipio.

D.C. De 40 a 50 veces mayor. Barcelona necesitaría cuatro Catalunyas para absorber sus emisiones.

C.C. Podemos hacer nuestras ciudades más saludables con diferentes acciones, pero la sostenibilidad tiene que ver con las decisiones de consumo.

– ¿Los esfuerzos de la construcción para reducir su impacto, de los que hablabais, están obteniendo resultados?

C.C. En nuestro país no, porque no se hace prácticamente nada. Ha sido la crisis la que nos ha ayudado a bajar nuestra huella de carbono. La crisis ha hecho bajar el consumo y ha descarbonizado los últimos años y no ninguna política. Países como Dinamarca o Alemania llevan años haciendo estas políticas y empiezan a enderezar la situación. Es un escándalo, por ejemplo, que la media de consumo en calefacción de un hogar en España sea más elevada que en Alemania. Y, ¿por qué? Pues porque allí tienen edificios mucho más eficientes. Y, ¿por qué? Pues porque hacen unas leyes y las cumplen, comprueban lo que se hace.

D.C. Hay como dos grandes estrategias. Por un lado, algunos países han apostado por llevar a cabo menos acciones, pero muy intensivas, como Alemania y los países nórdicos donde fijan que los edificios nuevos serán pasivos (el estándar de 2050). Otros han apostado por una estrategia más extensiva de mejora del stock construido. Es el caso inglés, donde tal vez no tienen tantos edificios pasivos, pero el estándar de eficiencia con un buen sistema de certificación ha permitido mejorar la calificación global de su parque construido.

C.C. Los presupuestos que dedican a estas políticas muchos de estos países son 10 diez veces superiores a los de nuestro país. Y aquí influyen muchos factores, como la estructura de la generación de energía, las decisiones políticas… ¿Cómo es posible que el país que tiene la cantidad de horas de sol más alta de Europa no tenga la producción de energía solar más alta del continente? Que cada uno extraiga sus conclusiones.

– Y la crisis, especialmente profunda para el sector de la construcción, ¿ha servido para poner en primer plano estas nuevas necesidades, para que se desarrolle un sector con prioridades diferentes?

C.C. Se empieza a construir de nuevo, pero se hace igual que hace 10 años. No hay una asunción profunda de la oportunidad y de la única opción que es descarbonizar la construcción. Salir de la crisis es hacer que vuelva a girar la máquina, no actuar sobre el parque edificado y mejorar su eficiencia. Esto se ha probado con planes de rehabilitación, pero no funcionan y entonces me pregunto quién está interesado en que los edificios sean ineficientes.

D.C. Al no construir, el sector ha reducido sus emisiones. Pero en cuanto a la eficiencia energética, no es que lo seamos más, sino que se ha reducido el consumo. Hay más pobreza energética. Por lo tanto, hay una ineficiencia larvada que creo que rebotará, porque en los motores importantes de carbono, que son el comportamiento pasivo de los edificios y el sistema constructivo, no hemos intervenido.

C.C. Entonces empiezas a estudiar ciclos de vida y ves que construir con madera no tiene nada que ver en ello con hormigón, por ejemplo. No es un problema de militancia, es una cuestión científica. Cuanto más tiempo tardemos en aceptarlo mayor será el problema.

Aunque la crisis ha sido un motor de descarbonización, por el camino también se ha perdido confort en las viviendas al incrementarse el precio de la energía y devaluarse los sueldos. Nos hemos ahorrado emisiones, pero ha subido el coste sanitario para que la gente vive hoy peor que hace unos años. En términos económicos este es un problema grave. Hay que hacer prevención y esto sólo es posible actuando sobre el parque edificado y gestionando bien, el otro gran eje de actuación. El problema es que nadie tiene ni idea de cómo funciona una vivienda, a veces ni los mismos arquitectos. Pretendemos ser eficientes sin saber cómo.

– ¿Esto quiere decir que tenemos una deficiencia de formación importante?

C.C. Sí, pero a la vez es una gran oportunidad. Es fundamental ser conscientes de este gran problema para abordarlo. Sin embargo, vemos estos problemas por separado: la pobreza energética, la salud en la calle, la eficiencia de los edificios… Debemos tener una visión integrada.

D.C. En ningún país del mundo la huella de carbono ha dejado de aumentar. Es muy difícil conseguirlo, aunque países como Alemania, Dinamarca o Noruega han hecho un esfuerzo de contención. Nuestro planeta está habitado a partir de ciudades, que son los lugares donde se consume un 80% de la energía de todo el planeta. Cambiar esta tendencia tiene una inercia de un siglo.

C.C. Por ello es fundamental llegar a transmitir a la gente un problema de tanta complejidad. Desde los fundamentos teóricos creo que es imposible, pero desde la salud, sí. Los sistemas constructivos, los materiales, la eficiencia energética están íntimamente relacionados con la calidad de vida y la salud de la gente. Esto es aplicable a las supermanzanas, la gente entenderá lo que son cuando compruebe que su aire es mucho más saludable. No es una causa ideológica, sino que estamos hablando de datos contrastados y demoledoras.

D.C. La evolución del precio de la energía eléctrica en España no tiene comparación en el resto de Europa, donde hemos pasado del puesto 12 a 13 del ranking al 2 en cuanto a precio por paquete de 1000 kwats. Esto acompañado de una crisis muy profunda ha golpeado con fuerza a una parte de la sociedad. No podemos menospreciar este hecho. Por otra parte, sin embargo, la electricidad no es todavía lo suficientemente cara para incentivar la eficiencia energética de un 60% de la población aproximadamente. Al resto, sí que le hace mucho daño, pero el problema es que no que sabe que hacer para racionalizar su consumo. Nos encontramos entonces ante la necesidad de hacer un esfuerzo de formación con muchos obstáculos.

– Aspectos ligados a la salud están en la base del proyecto europeo RELS en el que ha participado. ¿Cuál es su objetivo?

C.C. Se trata de generar una metodología de intervención en viviendas sociales. En las viviendas sociales vive la gente más desfavorecida y este es el grupo más eficiente en el uso de la energía, muchas veces a costa de su salud. El objetivo es ver cómo actuar, qué cosas debemos hacer para tener unos edificios de viviendas protegidas de baja demanda energética y con unos usuarios conocedores de su rol a la hora de gestionarlos. El proyecto nos ha dado la oportunidad de trabajar en dos casos piloto y en uno de ellos, en Taradell, la gente ha aprendido a utilizar sus viviendas, ha reducido sus consumos y tienen mucho más confort. El éxito de este proyecto europeo ha sido demostrar que esto es posible. Ahora, la siguiente pregunta sería: ¿cómo se puede extender esto a todo el parque de viviendas? Requiere una voluntad política que genere un clúster con todas las partes implicadas y de forma integrada. No lo podremos resolver abordando el problema desde acciones aisladas. El proyecto divide la demanda energética en cuatro elementos y uno de ellos es fijarse en la renta, a cuánto asciende y qué parte de ella están dispuestas las personas a dedicar al confort. Entonces a partir de aquí es posible ajustar mejor la intervención en el edificio, evitando aberraciones como que se pague más de recibo eléctrico que de alquiler.

D.C. Este estudio también puede concluir que es necesario cambiar los sistemas de climatización de las viviendas para que sean asumibles por sus usuarios. Nos encontramos que el 100% de las viviendas contaban con algún sistema de calefacción alternativo. En el Reino Unido las personas de más de 65 años no pueden dormir con una temperatura por debajo de 18 grados por el riesgo exponencial que supone. En Taradell una norma similar nos habría hecho evacuar el edificio. Ahora saben que la temperatura media en las viviendas será de 20,2%. Estamos ante un problema sanitario y que cuesta dinero, claro. Hay ejemplos de investigación integrada, como un compendio de 5000 casos en todo el mundo post-rehabilitación de sus hogares que muestra que las enfermedades mentales asociadas a la pobreza energética bajan de un 30 a un 15%, las respiratorias del 15 al 7% y las cardiovasculares se reducen del 14 al 6%.

C.C. El problema es que la ineficiencia y la falta de salud en tu casa te matan a pellizcos, mientras que el cáncer o una enfermedad cardiovascular son letales y generan una alarma social inmediata. El sector cree que su misión es construir edificios y eso es mentira. Nosotros lo que construimos es habitabilidad. Nos hemos centrado en las paredes y nos hemos olvidado del aire, de la habitabilidad. No hay suficiente con el cobijo. Son imprescindibles unos parámetros de confort para lograr una habitabilidad razonable. Por otra parte, la incidencia del usuario en el comportamiento del edificio es brutal.

– ¿Dónde encajamos el concepto smart city en este escenario?

C.C. Quizás responde a la eterna promesa de la tecnología de salvar al ser humano de cualquier contingencia. Lo cierto es que históricamente cada gran avance tecnológico ha supuesto un aumento de la intensidad energética. ¿Seremos capaces en el siglo XXI de dar un salto tecnológico con una reducción de la intensidad energética? Sería la primera vez en la historia de la humanidad. Para muchos dispositivos de este tipo que se apliquen, la renta sigue siendo el factor diferenciador. Está claro que el concepto de smart city tiene cosas fantásticas, pero no creo que nos haga más conscientes de la realidad.

D.C. Somos tecnólogos y científicos y evidentemente que tenemos que recurrir a la ciencia y la técnica para mejorar la gestión de los recursos, pero también nos gusta mucho leer los sociólogos y los economistas. La validación que necesitamos al final es sociológica, se trata de las decisiones de consumo de la gente. La tecnología nos está ayudando, por supuesto, pero el enemigo es muy poderoso.

C.C. Tenemos una cierta prevención ante la confianza ciega en que la tecnología nos salvará de todo, pero siempre nos ha ayudado.

– Como resumen, ¿una construcción más eficiente y saludable pasaría entonces por un monto de decisiones del consumidor y recursos tecnológicos?

C.C. En el ámbito estricto de la arquitectura, se trata de ver cuando empezaremos a integrar los costes reales de nuestras acciones. ¿Seremos capaces de tener un proyecto que no se haga trampas? Este es el reto del siglo XXI y pasa por todos los ámbitos. Todavía recuerdo hace 30 años una conferencia en el COAC del arquitecto italiano Enzio Manzini en que afirmó que en el año 2050 los seres humanos de Occidente se moverían un 90% menos porque de lo contrario no existirían. Entonces no lo entendí y me costó mucho tiempo hacerlo. Los recursos son limitados y el modelo es expansivo, o sea que tenemos un conflicto.

D.C. Es inexorable reducir la dieta y el tipo de energía que damos a la humanidad. Durante 200 años hemos vivido de los cadáveres del carbonífero, hace 115 millones de años, pero los fondos de esta tarjeta de crédito se agotan. Necesitaremos un siglo para cambiar esto, pero es el único camino.

C.C. Por eso es un reto apasionante y en él trabajamos. En Construmat hace unos años un profesor de medio ambiente holandés explicó su experiencia de un año viviendo de acuerdo a su huella ecológica, 1,8 hectáreas. Aseguró que al terminar era mucho mas consciente de la energía que se necesitaba para producir una actividad concreta, como la luz para corregir unos exámenes. Hoy creemos que estamos conectados y no tenemos ni idea de cómo funcionan las cosas. Hemos de lograr una reconexión con los sistemas que funcionan, como el sol, con las únicas máquinas que metabolizan, que son las plantas; es inexorable. Y esta reconexión requiere una alfabetización que debe salir desde todos los ámbitos de la sociedad. Yo creo que empieza un poquito y la puerta de entrada es recuperar la salubridad. No tiene sentido vivir muchos años, sino vivir bien.

– ¿Y en este proceso de reconexión qué papel deben jugar los arquitectos?

C.C. Cada vez veo más el arquitecto no como un profesional capaz de dar soluciones, sino más bien como catalizador de procesos, siendo el germen de experiencias colectivas o individuales que faciliten el cambio como mínimo en el medio urbano. Tratamos de conseguir que nuestros alumnos tengan esta experiencia vivencial de lo que les contamos. Menos teórica y más hacer cosas. Ya sé que nos equivocaremos, pero no pasa nada. Esto requiere coraje e ir contra una manera de entender la sociedad cada vez más instalada en la búsqueda de certezas y seguridades. Lo siento, pero la vida es incierta por naturaleza. Debemos ser valientes, saber que tenemos que gestionar estas dificultades y sacar lo positivo de cada momento. Sino experimentamos, sin embargo, no obtendremos respuestas. Creo que los arquitectos tenemos una cierta capacidad de que pasen cosas a nivel urbano para que por nuestra formación tenemos un pensamiento más transversal que otras disciplinas y esto nos permite procesar entradas muy diversas. Por eso podemos ser útiles. Si nos instalamos en la divinidad de generar objetos mediáticos, estamos perdidos.

D.C. En etapas de expansión la arquitectura y el urbanismo están enfocados hacia el crecimiento urbano, hacemos crecer la ciudad y ganamos metros cuadrados. Los economistas nos dicen que estamos presentes sólo al principio de la cadena de valor, añadiendo nuevos metros cuadrados ocupados, pero tenemos que estar en toda la cadena, incluido el ciclo de vida y el reciclaje de lo construido. Es decir, podemos ocuparnos de cómo gestionamos lo que hemos construido. Podemos hacerlo mucho mejor, tenemos habilidades para hacerlo. Si somos los que hemos pensado la primera parte de la cadena de valor ¿por qué no ocuparnos de la segunda? Es un campo inexplorado en el que hay que adentrarse.

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