La tecnología avanza más deprisa que las condiciones ideológicas y culturales que propician un cambio en la manera de entender la arquitectura. Es decir, históricamente se ha dado más de un momento en que había todas las condiciones tecnológicas para que aparezca un movimiento que cambie la manera de entender el arte, la arquitectura o la sociedad y hasta que no ha aparecido la persona o la conjunción de personas o escuelas adecuada nada de esto ha cristalizado.
Un ejemplo claro de esto lo encontramos en los inicios del Movimiento Moderno de la arquitectura allá por los años diez del siglo XX. El Movimiento Moderno aprovecha, primero, y desarrolla y normaliza, después, un seguido de tecnologías que, comandadas por el corpus filosófico y teórico del momento, se hace un hueco en la sociedad y la cambia. Pero la tecnología que este movimiento usó no tan sólo no era innovadora (ni lo era su uso), sino que en algunos casos databa de décadas o siglos atrás.
En los Países Bajos de finales del siglo XVII y principios del XVIII, la cantidad de vidrio presente en las fachadas de los edificios empieza a gravarse con impuestos: si la fachada tiene mucho vidrio significa que el propietario de la casa es rico. La ostentación de la riqueza toma una forma que marca las plazas mayores de muchas ciudades importantes de este paraje, como las de Amberes o Bruselas, donde el signo de opulencia es una fachada casi sin partes macizas. Se podría llegar a afirmar que el muro-cortina nace con un propósito de celebración. Esto arrastra una forma y esta forma queda desvinculada de su capacidad de estructurar edificios interesantes. Queda fuera de su capacidad de abstraerse, de repetirse, de seriarse. Queda fuera de convertirse en una solución que pueda ser útil a la arquitectura. Queda convertida en un momento singular de celebración que pasa por encima de que sea una solución nueva e inédita.
Edificios ingleses del siglo XVIII como la interesantísima residencia-estudio-museo del gran arquitecto inglés John Soane ya cuentan con una planta técnica y con calefacción central. Poco más tarde, Charles Barry y Augustus Pugin construyen el Palacio de Westminster para alojar el Parlamento de Inglaterra. En él, se ensayan tantas y tan buenas soluciones tecnológicas que se puede hablar de una de las primeras muestras de high-tech que pueda haber en el mundo: grandes luces, instalaciones centralizadas, comunicaciones… y este reloj incapaz de retrasarse que es el Big Ben. Todo esto quedará enmascarado bajo las estilizadas formas neogóticas tan de moda en la época, unas formas conservadoras, incluso reaccionarias estilísticamente que no tienen ningún tipo de consonancia con el nivel tecnológico del edificio.
Lo que propicia realmente que el Movimiento Moderno cambie respecto de este substrato tecnológico subyacente es la decisión de quienes lo crean de prescindir completamente de la historia. El Movimiento Moderno quiere empezar de cero. Para hacerlo hará aparecer como nuevas cosas que ya existían. Porque al final su actitud respecto de la historia tendrá algo de impostada, sea por el caso que los arquitectos del Movimiento prestan a la arquitectura tradicional, sea por la manera desprejuiciada con que se usan los modelos y los tipos propuestos por la arquitectura clásica.
Pero bajo este uso intencionado de la historia aparece una voluntad verdadera de reconsiderarlo todo, de partir de cero que constituye uno de los momentos de novedad más interesantes que ha tenido la arquitectura desde la Grecia clásica. Novedades sin inventos, curiosamente.
Este cambio también viene propiciado por un afán de novedad, o, si se quiere, por un reconocimiento social de la necesidad de novedad.
El momento actual, nuestra contemporaneidad es exactamente igual. En estos momentos, (el dato es sobradamente conocido pero nunca está de más recordarlo) más de un cincuenta por ciento de la población mundial ya está viviendo en ciudades. Los combustibles fósiles se están acabando y, por el camino, están reconfigurando la geografía humana y económica del mundo. La población de la Tierra supera ya los siete billones americanos de personas. El reciclaje, el reúso de las estructuras existentes, de los muebles, de los libros, de cualquier objeto, la redensificación de los centros urbanos son temas que hay que abordar con urgencia casi desde un punto de vista de estricta supervivencia social.
Esta condición mundial actual demanda novedades. Novedades en la manera de afrontar los problemas. Novedades tecnológicas para solucionarlos. Novedades para poder conducir los brutales (la palabra brutal toma connotaciones literales a raíz de los últimos hechos que han sucedido tanto en Europa como en Oriente Próximo) cambios sociales que están pasando hoy en día, preludio de los más profundos que han de venir.
En el campo de la arquitectura hay intuiciones y flashes de verdadera novedad en países como Chile, España, Corea, Vietnam y principalmente Japón. Hay también mucha volitad de que esto sea así. La arquitectura contemporánea está cada vez más influenciada por los procesos derivados del uso del BIM, que empleado desde el principio de un proyecto puede conseguir que la estructura de un edificio llegue a quedar un 20% aligerada respecto de la de un edifico no concebido de esta manera (caso de la Torre Hearst de Nueva York, obra de Foster + Parters), no sin que esto acabe afectando el aspecto exterior del edificio al incidir directamente sobre el elemento más representativo de una torre: su esquina.
Dentro del campo de la investigación y el desarrollo se está avanzando en nanotecnología (ya usada en, pongamos, los tejidos de las butacas de nueva generación o en algunas pinturas autolimpiables de fachadas), materiales ultraligeros de carbono o estructuras que se construyen a sí mismas incorporando acabados e instalaciones.
Toda esta tecnología está ya presente. Mucha de ella es comercial y está plenamente en uso.
Lo que quiere decir que el momento actual de la arquitectura es como el momento inmediatamente anterior a la aparición del Movimiento Moderno: toda la tecnología necesaria está, pero falta el manifiesto.
O bien no existe todavía el edificio que simbolice esta manera de pensar o bien no nos ponemos de acuerdo sobre él. Aunque hay indicios: Toyo Ito y su ópera de Taichung, donde llueve dentro del hall. El edificio Fórum de Barcelona, obra de Herzog & de Meuron y su planta baja vacía abierta a la intemperie y a los elementos, con la pendiente natural del terreno, donde incluso llueve. La Casa Urbana de Ryue Nishizawa en Tokio, apenas un pasaje ocupado por unas pequeñas plataformas donde la vida se organiza literalmente volcada a la calle. El Espacio Barberí de RCR con sus habitaciones como pabellones sin comunicación interior, con sus paredes sin pintar, con la sala de actos como espacio exterior.
Todas estas intervenciones, todas estas obras son intentos de expresar una nueva sensibilidad hacia la persona y el medio. Ninguna de ellas ha conseguido todavía la categoría de manifiesto incontestable que en su día tuvieron edificios como la Ville Saboye, el Empire State o la Casa de la Ópera de Sídney. La necesidad de comunicar los cambios es perentoria.
Necesitamos debatir si este manifiesto ausente es urgente o no. Falta seguir avanzando e investigando sobre estas condiciones. Plataformas de intercambio como Construmat, tan transversales e interdisciplinares como sea posible, son una de las respuestas.
Sólo necesitamos seguir insistiendo.