La significación del lugar es uno de los orígenes de la arquitectura: la materialización de la voluntad de decir que estamos aquí, de señalar, de permanecer, de trascender. Emocionar mediante algún tipo de intervención. Realizar un hito que pueda apropiarse de aquel espacio o que pueda crear uno protegido de los elementos para realizar diversas actividades conmemorativas, religiosas o no. En suma: la significación de un lugar acaba creando un espacio sagrado, espacio que cuando tiene la potencia suficiente se suele independizar de la religión y del motivo primario que ha llevado a crearlo para sobrevivir debidamente trascendido por los diversos cultos que allí se realizarán sucesivamente con el paso de los años. Para entendernos: si excavamos una iglesia ubicada sobre una loma seguro que nos encontraremos con un templo pagano griego o romano que se habrá ubicado sobre las ruinas de una anterior intervención (sea un templo, un menhir, un monumento megalítico) celta, íbero o anterior. La iglesia habrá perdido la memoria de su ubicación en aquel lugar preciso pero seguirá siendo sagrada.
Este tipo de intervenciones arquitectónicas, de edificios sagrados, suelen sobrevivir años y siglos, bien construidos primero y bien mantenidos después, y constituyen el ejemplo perfecto del concepto de sostenibilidad: independientemente de su construcción su significado, su función, los mantiene en pie y en funcionamiento. A más duración, a más ocupación, a más uso, más sostenibilidad. Pasa el tiempo y el edificio está invariable, inmutable, respetado.
Pero el grueso de la arquitectura está formado por edificios que hacen mucho más que trascender un lugar, edificios que necesitan unos mínimos de confort para que sean funcionales para vivir y trabajar. Edificios que, además, necesitarán ser mantenidos, reformados y eventualmente reusados. Tradicionalmente estos edificios compartían características con sus compañeros sagrados: edificios hechos para durar, bien construidos, donde el uso ya lleva incorporado el mantenimiento. Estos edificios se construían en buena parte con lo que se encontraba en su emplazamiento con la aportación mínima de material exterior para que pudiesen realizarse. Cuando llegaban al final de su vida útil y tenían que ser derribados y sustituidos el nuevo edificio solía construirse de nuevo con los restos del viejo y con la misma lógica de uso del mínimo material importado posible. Esta acción movía siempre una pequeña economía: derribos cuidadosos, selectivos, preparación de los diversos elementos constructivos para una nueva vida (ladrillos, vigas, piedras), tratamiento de los residuos para ser empleados como material de relleno o en los cimientos (desmenuzamiento de piedras o ladrillos para formación de rellenos, etcétera).
Los criterios de construcción de la arquitectura tradicional son sostenibles por definición, como ya se ha apuntado en muchos otros lugares. La economía que impulsa estas obras es, también por definición, circular: entra y sale lo mínimo, se trabaja con lo que hay. La decisión de emplear nuevos materiales es siempre muy meditada y controlada.
Este panorama empieza a romperse decisivamente cuando la tradición queda sustituida por la convención y la memoria desaparece, hecho motivado por un crecimiento exponencial de la demanda de edificios. Esta nueva situación ha creado un paradigma que ha hecho olvidar, o tratar como una especie de leyenda arcádica, el momento en que toda la construcción era circular y sostenible.
Esta situación, que es la que hemos conocido los últimos cuarenta o cincuenta años, se define primeramente por un factor cultural básico: gastar y despreocuparse de las consecuencias. O, en el mundo de la construcción, de los residuos. Lo mismo que lleva a tirar los neumáticos viejos, a deshacerse de los restos nucleares o del plástico tirándolo al mar con esta política del avestruz de si-no-lo-veo-no-está lleva a la creación indiscriminada de cementerios de residuos de la construcción, muchos de ellos ilegales, hasta el extremo que éstos constituyen ya un porcentaje significativo (a veces la mitad) de los residuos de un país.
Esta situación se define también por la urbanización del mundo. Más de la mitad de los habitantes del planeta viven en ciudades, y esto se produce independientemente de si esta decisión es buena idea o no. Esto sencillamente es. Y hasta ahora no se había hecho con ninguna idea de sostenibilidad: coches, energía gastada a manos llenas, abandono de los ciclos día-noche ausencia de zonas verdes suburbios extensivos donde poder vivir la pesadilla de la clase media.
Y todavía se podría añadir un tercer punto a la definición de este paradigma: el uso de toda una serie de materiales especializados a menudo derivados del petróleo que posibiliten que los edificios consigan las características de confort requeridas, tales como aislamientos térmicos, plásticos, cableados, revestimientos, fluidos e instalaciones varias. Los cerramientos son ahora un compuesto multicapa complejo complicado de gestionar cuando éste se convierte en un residuo incluso si hay voluntad de hacerlo bien, a menudo tóxico y contaminante en todo su ciclo excepto (y con suerte) por el breve periodo de tiempo en que está colocado, en funcionamiento y todavía no se ha degradado. Pero la relación coste-beneficio era fantástica.
Esta situación ha llegado a un punto de colapso. Hace falta un cambio de parecer. Radical.
Dos buenas noticias: la primera es que esto ya está empezando a pasar poco o mucho.
La segunda es que la mejor decisión para conseguir que esta actitud cuaje ya se ha tomado: hacer que la actitud sostenible sea también una actitud económicamente sostenible. Es decir: crear empresas, o crear una nueva división de negocio en empresas ya existentes, que gestione, reúse, vuelva a hacer útiles los residuos de la construcción y consiga que sea rentable que se vuelvan a usar en un proyecto de arquitectura.
El factor de escala es determinante para conseguir esto, a que los residuos se han de gestionar a escala industrial. Como ejemplo de lo que la industria puede ofrecer a nivel de reúso y reciclaje podemos recordar los llamados materiales de ciclo cerrado, materiales que cuando terminan su vida útil vuelven a la empresa que los ha comercializado por tan de que ésta los procese y los vuelva a convertir en el mismo material o en un otro. Determinadas versiones del material porcelánico Dekton, comercializado por Cosentino, son ya de ciclo cerrado. La energía que se consume para fabricarlo está optimizada. La inexistencia de medidas estándar (motivada por la total robotización del proceso de fabricación) ajusta el encargo a la medida del cliente sin mermas. Los colores existentes se consiguen con tinturas no contaminantes que, además, se pueden reciclar al cien por cien, al igual que el resto de componentes: áridos y aglomerantes. Y el factor de escala sigue aumentando: hay hormigones que se van carbonatando lentamente por el proceso de ir absorbiendo moléculas de dióxido de carbono de la atmósfera durante buena parte de su vida útil, lo que hace que el revestimiento del edificio limpie el aire circundante. Todavía hay mucho camino por recorrer, pero las iniciativas se van solapando y desarrollando en batería, lo que afecta a procesos y a resultados finales.
El proceso sostenible, así como las economías circulares, son una negociación. Es el mundo del gris: fabricar voladizos puede ser caro energéticamente, pero estos pueden montar espejos que conduzcan el sol al interior de un atrio, consiguiendo que el gasto de la iluminación artificial se reduzca significativamente, aunque ésta sea de bajo consumo (y es que el bajo consumo es consumo también, finalmente)(1). En nuestros tiempos efímeros en que una compañía puede llegar a cambiar de sede tres veces en diez años las construcciones definitivas pueden no ser una opción. O sí, si se hacen lo suficientemente flexibles. El campo abierto es infinito. La buena noticia es que empieza a ser inevitable incorporar este debate en la práctica totalidad de los nuevos proyectos.
No se trata tanto, pues, de buscar el proyecto ejemplar (este no va a existir nunca) como de buscar un proceso o una gestión optimizadas. No buscar a priori tanto un cambio de formas como la incorporación de esta manera de pensar a nuestro marco cultural. O, mejor dicho, de lo que se trata es de buscar que la gestión de una obra vuelva a ser como siempre ha sido hasta hace pocas décadas: nada entra, nada sale no ya del solar (las circunstancias actuales lo vuelven casi imposible) como del proceso industrial que hace posible una obra de arquitectura. De lo que se trata es de volver a incorporar esta manera de pensar, de actualizarla, de actualizar este espíritu presente en la construcción tradicional. Haciendo esto habremos cerrado el círculo nosotros mismos.
(1) One Central Park, proyecto de Jean Nouvel ultraeficiente energéticamente usando recursos estructurales que los arquitectos expertos en sostenibilidad desaconsejan.