Andrés Jaque. Arquitecto.
En tu instalación/ performance Ikea Disobedients (2012-2013) revelabas las carencias de un sistema comercial con vocación aparentemente universal que en realidad se dirige solo a esa parte de la sociedad que se ha decidido elegir para que represente el conjunto de la sociedad obviando a lo que cuantitativamente es la mayoría de personas y colectivos que forman nuestra sociedad.
Esta actitud me parece indicativa de la manera en que afrontas tu trabajo, que parece hacer evidente la estructura subyacente del mundo que nos rodea criticando al mismo tiempo la representación de éste. ¿Podrías indicarnos si te ves representado en esta manera de afrontar los proyectos y extendernos un poco más tu actitud hacia ellos?
Creo que hay una revolución en la manera de entender la innovación. Ya ninguna industria ansía dar productos genéricos para unificar sus mercados. Ni siquiera estamos ya en los tiempos del customized mass production (un número muy limitado de componentes que podían recombinarse para ofrecer algunas distinciones que dicen la sensación de que el producto se adaptaba al gusto particular de cada cliente). Vivimos en un momento en que cualquier producto es en realidad el acceso a una plataforma que celebra la persidad y que realmente sirve un producto adaptable a las circunstancias de cada cliente en cada momento. Esto es un cambio de paradigma, que requiere toda una cultura de la diferencia, de la celebración de lo minoritario. Algunas empresas han entendido esto, y han conseguido capturar el espíritu de nuestro tiempo; y a otras les cuesta más.
Lo interesante para mí es que esto acerca la cultura y la política (dos campos en los que hace mucho tiempo se celebra y se reivindica la persidad, lo que se encuentra en transición, el abandono de la idea de normalidad frente al reconocimiento de la gran riqueza del día a día) a la industria y a la innovación.
La innovación en estos momentos solo puede ser política.
Tus proyectos de vivienda parecen trabajar sobre la idea de hacerse un lugar: la casa respecto de su parcela, las persas piezas que la componen entre ellas, los planos horizontales y verticales entre ellos creando persas alturas y niveles, los muebles… ¿Qué puedes decirnos de esta relación entre este programa que va encontrando su lugar y el medio donde se asienta el proyecto?
Me interesa como lo doméstico es ahora un campo para pensar la manera en que lo humano se relaciona con las escalas de lo territorial y con las escalas diminutas de lo microscópico. Creo que la casa es el lugar donde se toman grandes decisiones sobre el cambio climático, y a la vez el lugar donde se usan las partículas más pequeñas producidas en serie, las moléculas que contienen los cosméticos, y viajan de la piel a los ríos y a las plantas de tratamiento de agua. La domesticidad ha tomado el protagonismo político que antes tenía la calle. Pero son otro tipo de políticas: políticas del cuerpo, del medioambiente, del género, del consumo; no tanto las de los partidos políticos o las de la manifestación.
Proyectos nuestros como la Casa en Neverland, la TUPPER HOME o la Casa Sacerdotal Diocesana de Plasencia, se han basado en explorar el potencial de este papel político de la vivienda.
¿Cuál es la relación entre el proyecto entendido como un aparato para tejer relaciones humanas y el inpiduo que lo habita?
Es una pregunta muy buena. En estos momentos no hay forma de ser un inpiduo sin formar parte de una red de extensiones y relaciones. Hay pocos casos en que se pueda estar en sociedad sin conectarse a una red de telefonía móvil. O sin depender en algún momento de nuestras vidas de tratamientos, substancias o equipamiento médico. O sin un perfil crediticio, un currículum, una red de apoyos. Ser humano es ser un nodo en una red material y relacional. La arquitectura no puede dejar de ser sensible a esta condición contemporánea. Los arquitectos producimos dispositivos relacionales. La idea del edificio, como objeto autónomo, es conceptualmente naif desde finales del siglo XIX.
Pero lo importante es pensar qué potencial tiene esto en estos momentos para la arquitectura. Nosotros estamos muy comprometidos con explorar la arquitectura como parte de sistemas transmateriales y transmediáticos. Durante los últimos tres años hemos trabajado con Grindr por ejemplo desarrollando potenciales urbanos asociados a su locative media. Proyectos como la Rolling House for the Rolling Society (que desarrollamos precisamente en colaboración con Construmat en 2009) fue el primer proyecto arquitectónico que planteaba una colaboración entre el medio construido y las redes sociales. De la misma manera que los media desencadenaron la arquitectura moderna, nuevas formas de interacción están transformando el espacio en que la arquitectura opera. Lo interesante para mí es que los locative media desafían muchas de las previsiones que en los 60 y 70 se hicieron de las implicaciones de la interacción digital. Si en ese momento se pensaba que la localización dejaría de ser importante (podríamos trabajar en cualquier lado, podríamos mantener relaciones sexuales en la distancia)los locative media como Tinder o Grindr han dado una nueva importancia a la proximidad. Las nociones más enraizadas en la arquitectura están ganando un nuevo protagonismo, pero en un formato que cuestiona las maneras de hacer del pasado.
Adicionalmente has descrito la Casa Neverland como un paisaje hedonístico dibujado por la extrema felicidad (o su ilusión a través de las drogas de diseño, el sexo, la música, etcétera) que coexiste con aspiraciones de especulación y jubilación. ¿Podrías hablarnos de la actitud a la hora de afrontar unos parámetros de proyecto tan aparentemente cambiantes y variables?
La Casa en Neverland está pensada para hacer compatible los deseos de hedonismo de sus propietarios, una familia de coleccionistas de arte muy informados; y las comunidades medioambientales de la Cala Vadella en que la casa se sitúa. También media entre el presente de sus propietarios y su futuro. Es un interfaz entre diferentes realidades.
Tus proyectos están concebidos como organismos dotados de vida propia, muchas veces literalmente al incorporar en ellos la biología, un montón de partes móviles, mecanismos complejos de funcionamiento que trascienden completamente las intenciones del programa de usos para dialogar con el medio ambiente o incluso recrearlo para mejorar sus condiciones de habitabilidad. ¿Podrías hablarnos de la relación entre el promotor del proyecto como persona, empresa o institución que demanda unas necesidades concretas y la creación de este organismo que las trasciende (cumpliéndolas) para focalizarse en aspectos más infraestructurales?
La arquitectura es siempre performativa. Solo puede entenderse cuando entra en uso a través del uso, cuando es atravesada por la vida. Creo que una casa solo toma vida cuando se conecta con el paisaje, cuando se celebra en ella una fiesta, cuando sirve de soporte para que unos pájaros aniden en ella, cuando el termostato detecta un cambio de temperatura y enciende la calefacción. Solo a través de la concatenación de eventos se activa las relaciones sociales de la arquitectura. La arquitectura que hacemos en mi oficina parte de esta sensibilidad, y por eso nos interesan los elementos que facilitan y aportan un lenguaje estético a esta forma de ver el mundo.
Tu oficina incorpora un equipo multidisciplinar en el que los arquitectos conviven con sociólogos, politólogos o antropólogos y un equipo técnico formado por expertos en medio ambiente. ¿Cómo se gestiona este equipo y qué resultados produce confrontados con la manera tradicional y extendida de entender un proyecto de arquitectura como un ejercicio de síntesis?
Nosotros no esperamos que lleguen los encargos, los fabricamos. De la misma manera fabricamos a nuestros clientes y nos fabricamos a nosotros mismos. Para mí, la arquitectura tiene un gran potencial para mediar en temas actualmente en disputa, como la desigualdad, el cambio climático, la manera en que lo personal se conecta con lo colectivo… Pero esto es algo muy difícil. Por eso en nuestra oficina nos vemos obligados a dedicar un 60% de nuestro tiempo y recursos a investigar. Porque necesitamos producir el conocimiento necesario para tener acceso a estas realidades. Ahora mismo trabajamos en un gran proyecto sobre sexo y urbanismo. Pero llevamos ya tres años desarrollándolo. Pero nos está permitiendo ya entender procesos que de otra manera serían indescifrables.
¿Podrías hablarnos de tus referencias de fuera del mundo de la arquitectura, principalmente del mundo del arte?
Yo he encontrado un gran campo de afinidades en el arte. En estos momentos trabajamos en un terreno intermedio entre arte y arquitectura y yo creo que es muy fructífero. Fue una gran alegría que el año pasado nos galardonaran con el Frederick Kiesler Prize, que premia a aquellas personas que han trabajado en la intersección de arte con arquitectura. En anteriores premiados como Frank Gehry, Olafur Eliasson, Andrea Zittel o Cedric Price, es posible reconocer lo enriquecedor que ha sido en sus carreras operar en un terreno mixto.
Es también algo que nos ha permitido entender con más precisión las implicaciones para la arquitectura de las tensiones que vive el arte contemporáneo. Esto nos ha permitido trabajar con intensidad en proyectos como los del Museo Centro de Arte Dos de Mayo, la nueva utilización de la sede en el Marais de París de las Galeries Lafayette, la Feria ARCO… y también incluso poder trabajar como comisarios conectando el arte con lo urbano en proyectos como el de la Manifesta 12 en Palermo.
Tu proyecto para la Bienal de Venecia de 2010 construye una nube con las relaciones creadas en un piso ocupado por cuatro personas en la calle del Pez de Madrid. Este aspecto evanescente, espumoso, difuso, casi efímero es algo que has trasladado a posteriori a intervenciones más permanentes y sociales. ¿Podrías hablarnos de esta materialidad difusa?
Es un uso político de la tradición de la decoración de interiores. Fue realmente estupendo poder desarrollarlo bajo el comisariado de Kazuyo Sejima, con la que seguimos teniendo mucha proximidad. Ella había diseñado diez años antes la ciudad de las niñas y creo que veía nuestro trabajo como algo que compartía aquella sensibilidad. Fue una relación muy enriquecedora para nosotros.
¿Podrías hablarnos de la relación de la tecnología con la presente condición política de nuestro mundo?
Bruno Latour ha sido una importante referencia en mi trabajo. El año pasado desarrollamos con él una parte de su exposición Reset Modernity en el ZKM. Latour escribió hace tiempo que “la tecnología es la sociedad hecha para que dure”. Yo comparto con él la idea de que la arquitectura u cualquier otra forma de tecnología no está hecha para contener o servir a lo social; sino que es en si mismo lo social. No hay forma de entender qué somos si se nos despoja de nuestros multiversos materiales.
¿Podrías hablarnos de la relación de la tecnología con tus obras?
Todo lo que yo diseño es tecnología. Creo que tan tecnología es un ladrillo o unas reglas de un juego, como un ipad.
Por último, ¿Podrías darnos alguna pincelada de la concreción de todos estos temas en tu reciente proyecto Wikihouse?
La debilidad de muchas propuestas digitales de las últimas décadas es que han pensado solo en dos escalas de agregación social: la del inpiduo y la de la sociedad en su conjunto. Esto es extremo en el caso de la wikihouse. Pretende ser innovadora pero nos retrotrae al mundo de la inpidualidad suburbial de la postguerra. El Mak de Viena nos pidió una obra que se basase en el uso de la tradición de la Wikihouse, y decidimos aportar una versión vecinal de esta innovación inpidual. Nuestro proyecto es básicamente una exploración formal y social de patrones de agregación vecinal. Ahora mismo está expuesto en Viena y estamos muy contentos del debate que ha desencadenado.