Foto de Cati Bestard.
Arquitecta y cofundadora de la oficina de arquitectura MAIO, es miembro del grupo de investigación Habitar en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona de la UPC. Su investigación doctoral se centró en los apartamentos sin cocina de Nueva York y ha sido este tema el que le supuso ganar el prestigioso Wheelwright Prize de Harvard en 2016. Fue integrante del equipo de dirección de la revista Quaderns y su trabajo ha sido publicado en varias revistas y reconocido con diferentes premios.
El convencimiento de la capacidad de transformación social de la arquitectura está en la base de tu trabajo. Cree que lo conseguimos globalmente en la consecución de este objetivo?
Anna Puigjaner: Esta es una tarea permanente. Siempre tiene que haber una reivindicación en esta línea para no dormirnos nunca. Siempre debemos tener críticos, pensadores que nos recuerden el papel social de la arquitectura para no perder empuje, porque es algo que hay que alimentar. Se trata de una transformación permanente que en un período de crisis todavía se hace más necesaria. Es cierto, sin embargo, que en algunos períodos la sociedad no ha estado en el centro del discurso para la arquitectura, pero ahora no creo que nadie tenga ninguna duda de que es absolutamente central, como, por otra parte, debe ser. Hoy seguro que tenemos una mayor conciencia, lo que no significa necesariamente que tenga un reflejo inmediato en la práctica, pero si son temas que están de forma continua sobre la mesa y que importan a la gente. Después, la transformación de la realidad es más complicada, porque los cambios requieren más tiempo. Si no se teoriza, sin embargo, no se lleva nunca a la práctica.
Has dicho más de una vez que las necesidades sociales cambian a un ritmo brutal. Más allá del problema de raíz del acceso a la vivienda, cuáles crees que son las necesidades o los requerimientos más lacerantes en relación a la vivienda?
A.P.: Creo que debe producirse un cambio de mentalidad y empezar a valorar que la calidad de la vivienda quizá no está tan relacionada con los m2 que tiene, sino con qué servicios nos ofrece. En una oferta de una vivienda se habla siempre de su superficie, pero prácticamente nunca de aquellas cosas que nos pueden mejorar la vida cotidiana, por ejemplo, si hay una escuela o un mercado de proximidad. Tenemos que empezar a entender la vivienda desde esta perspectiva, es decir, valorar la vivienda por su capacidad de responder a nuestras necesidades diarias, y que demás se adapte a nuestros cambios vitales. Es decir, puedo necesitar una vivienda grande en una época vital y otra más pequeña en otro periodo de mi vida. Entonces, ¿cómo puede ser que estas estructuras no tengan la capacidad de hacerse pequeñas cuando nos sobra espacio? Y esto implica muchos temas, desde la sostenibilidad -las viviendas deben consumir la energía que necesitan y no más-, hasta temas de confort habitacional.
Otros conceptos que creo son importantes en tu sistema de trabajo: desregularizar y corresponsabilizar. ¿Por qué?
A.P.: Es cierto que desde hace décadas hablamos de la participación ciudadana en los proyectos, sobre todo urbanos, y en la gestión de la ciudad misma, pero tenemos que ir un poco más allá. Se trata de diseñar tanto infraestructuras urbanas como domésticas en las que haya permanentemente una implicación ciudadana. Y no únicamente en el proceso de proyecto, sino que de alguna manera nos debemos hacer responsables de aquel equipamiento, no quedarnos en los límites de nuestra casa, el inmueble, sino llegar a la calle y la ciudad. Utilizo a menudo un ejemplo de la experiencia vital de mi abuela. Ella barría la calle, yo llamo al Ayuntamiento para que vengan a limpiarla si está muy sucia. No estoy reclamando que barramos las calles entre todos! pero si que de alguna manera haya una mayor apropiación del entorno que nos es más próximo. En MAIO, diseñamos una plaza en el barrio de Vallcarca de Barcelona hace unos años que buscaba esto. Era un espacio muy conflictivo cuando lo terminamos, porque de alguna manera era una nueva forma de hacer urbanismo. En vez de presentar un espacio acabado, diseñamos una plaza inacabada, donde lo que buscábamos era la participación activa ciudadana para ir definiendo la plaza. La participación implicaba incluso ser conscientes de los costes de las cosas: ¿cuánto cuesta un banco? ¿de qué tipo son? Esta conciencia de lo que hay detrás de cualquier elección implica una apropiación más amplia del espacio. Después de un tiempo, la plaza funciona sin nosotros. El Ayuntamiento va añadiendo elementos a medida que los vecinos les pidiendo y hay presupuesto. Creemos que es una manera de participación más activa. En cualquier caso, estos procesos no implican nunca negar la relevancia del papel del técnico. Lo más importante es asumir la capacidad que tenemos de construcción colectiva del espacio público.
Desde su tesis está interesada por la reflexión en torno a tema de la vivienda …
A.P.: Todo empezó cuando leí un libro de Xavier Monteys y Pedro Fuertes, Casa Collage, al terminar la carrera. Me habían enseñado a entender la vivienda de una manera muy diferente, componiendo volúmenes, distribuyendo una buena planta … pero de repente allí se hablaba del uso y se mezclaban conceptos de ciudad. Entonces, entendí que casa y ciudad no son dos ámbitos diferentes y que las clasificaciones en categorías, propias del siglo XX, no son tan claras. Con unas fronteras mucho más difundidas en el siglo XXI, pensé que aquella era una forma de entender la vivienda que me interesaba mucho y por eso empecé a trabajar sobre este tema, para explorar su capacidad de transformar la ciudad.
En ese momento, lo que haces primero se echar la vista atrás y analizar el modelo norteamericano de apartamento con servicios domésticos colectivos en Nueva York a finales del siglo XIX. ¿Por qué te fijaste en estos ejemplos?
A.P.: Esos edificios americanos tenían gran similitud con tipologías habitacionales de la época de los Soviets. Me atrajo mucho ver que plantas tan similares surgieran en sistemas políticos tan diferentes. Sorprendentemente los espacios domésticos colectivos, como cocinas o baños, siempre habían sido asociados a ideologías más bien socialistas o comunistas. Pero en cambio existían también en sociedades claramente capitalistas. Lo encontré fascinante y creí interesante dar visibilidad a toda esta parte de la historia, para darnos cuenta que la colectividad en el ámbito doméstico es una construcción sociocultural y como tal puede aparecer bajo diferentes paraguas ideológicos.
Y aquí llegamos al concepto que desarrolla el trabajo premiado en Harvard, el hogar sin cocina, ¿Por qué dice que es una idea que tiene mucho simbólica y provocadora?
A.P.: Una de las piezas de las que en general nadie quiere prescindir es la cocina, en buena parte porque tiene unos valores emocionales detrás. Utilizo la cocina como elemento provocador porque me interesa interpelar a la sociedad en general y no únicamente a los arquitectos. Los cambios sociales nunca se alcanzan por un único motivo, por la acción de una única disciplina o un poder económico, sino que siempre son la suma de diferentes elementos. Por mucho que desde la arquitectura intentamos cambiar el tipo de viviendas, sino hay un cambio que vaya más allá no se producirá ninguna transformación real. Es por eso que utilizo la cocina como elemento provocador para que la gente lea sobre estos temas. ¡Y funciona! La gente se enfada, lee y reflexiona. Es un elemento provocador para comenzar el diálogo y sólo que esto ocurra ya es una forma de concienciar, que puede terminar en una cocina colectiva o en cualquier otra cosa, pero al menos es un motor de cambio.
En cualquier caso, es una idea con obstáculos muy grandes, porque la cocina es un espacio muy revalorizado hoy, con programas de televisión, libros, redes …
A.P.: Ahora pensamos que si cocinamos nosotros es más sano que comer fuera, porque controlamos los ingredientes. En cambio, en el siglo XIX se consideraba mucho más saludable que un cocinero profesional te cocinara, porque era una persona formada capaz de elegir mejor los ingredientes que tú. Lo que me interesa es entender cómo cambian nuestros valores en relación a la vivienda, entendiendo que el contexto social y económico también altera estos valores. Cambian nuestros valores y por tanto también cambian nuestras casas, no desde un punto de vista físico, sino conceptual. Es más el cambio de mentalidad que la forma física de lo que nos rodea.
Las singularidades de cada territorio o cada sociedad pueden jugar un papel destacado en estos cambios. ¿En nuestro caso cómo influyen?
A.P.: Los cambios siempre son progresivos, nunca se hacen de un día para el otro. En el tema de la colectivitzación, lo que estamos dispuestos a compartir y lo que no, siempre ha estado muy vinculado a nuestras necesidades. Aceptamos compartir lo que mejora nuestra vida cotidiana. Aparte del cliché político de asociar la colectivitzación a sistemas socialistas o comunistas también existe un cliché económico: como no tienen dinero aceptan compartir. Esto es totalmente falso. Siempre pongo el ejemplo del carsharing. Para mis padres sería impensable compartir un coche, pero para mí lo es tener uno en propiedad, por muchos motivos que van más allá de lo económico. Nuestros valores van cambiando y con el tema de la cocina pasa algo parecido. Algunas tipologías crecientes en Suiza, por ejemplo, están basadas en el cooperativismo donde se puede encontrar una cocina individual y una colectiva. Esto quiere decir que la colectivividad no debe negar la individualidad. Es un cambio progresivo de mentalidad en el que creo.
¿Y qué es lo que espera Harvard de tu trabajo en estos dos años?
A.P.: Hace años que trabajo en el grupo de investigación Habitar de la Universidad Politécnica Cataluña sobre estos temas. Sería muy simplista decir que hago investigación sólo sobre cocinas colectivas. En general entiendo la vivienda como un sistema formado por una serie de piezas, que además es variable y que no sólo depende del espacio, sino también de una serie de factores inmateriales que le dan valor. La cocina colectiva sería uno de estos servicios. Y esta manera de entender la vivienda me permite también entender la ciudad y al final determina una manera de hacer arquitectura: sistémica, que no es cerrada, que facilita cambiar a lo largo de los años y que posibilita una apropiación en función de mis necesidades. Y esto puede ser aplicado igual a una vivienda que en un hospital, por ejemplo. No es necesario construir de nuevo para demostrar que estos nuevos conceptos son válidos, sino que podemos aplicarlos a las preexistencias. La arquitectura va mucho más allá del ámbito físico, sencillamente es un sistema de organización que afecta al espacio, pero también a las ideas. Ahora, el reconocimiento de Harvard me permitirá viajar para visitar modelos similares en todo el mundo.
¿Dónde irá a encontrar los modelos más interesantes de colectivitzación de servicios en viviendas?
A.P.: Suiza es ejemplar porque los sistemas participativos están muy consolidados, así como la vivienda entendida como una agregación y disgregación de piezas. Japón también es muy interesante porque se están enfrentando a un envejecimiento de la población muy acusado y tratan de paliarlo a través de piezas colectivas en las viviendas. Y es curioso porque el modelo está teniendo éxito tanto entre las personas mayores como entre los jóvenes. A nivel de ciudad hay programas en Canadá, donde hace dos décadas que se han consolidado modelos de cocinas colectivas para el barrio, o programas más recientes como el de México DF, enfocado a la clase media, que ahora es de las más afectadas por la crisis económica. Este grupo debe incluirse en las políticas de vivienda, porque es un segmento de la población muy grande sobre el que la crisis ha tenido un gran impacto.
¿Y en toda esta reformulación de la vivienda, qué papel debe tener la tecnología?
A.P.: Es muy importante, porque todo lo que es colectivo a nivel de vivienda se ve muy facilitado por Internet. De repente no tiramos las cosas, sino que las vendemos o regalamos por Internet. La reutilización de los objetos domésticos ha convertido en un hábito cotidiano y como éste pueden haber muchos otros hábitos que tienen una repercusión directa en la forma en que habitamos nuestros hogares y que pueden tener éxito gracias a esta facilidad de conectarse a Internet. Y no estoy hablando tanto de domótica aplicada a nuestra vivienda, sino del hecho de cómo podemos utilizar la domótica y otros sistemas digitales para mejorar la eficiencia colectiva.
Los arquitectos hasta ahora se han preocupado lo suficiente del uso de los espacios que habían creado?
A.P.: El usuario siempre ha sido el objetivo de la arquitectura, de eso no hay duda. Lo que si se ha producido son períodos en los que el factor social ha tenido más importancia que no en otros.
¿Estás trabajando en algún proyecto donde se apliquen los conceptos de los que hemos hablado?
A.P.: Hemos terminado un bloque de viviendas en el Ensanche de Barcelona que ha sido finalista este año de los Premios FAD de Arquitectura y del que estamos muy satisfechos, porque de alguna manera supone un trasvase de nuestra investigación a la práctica. Es un bloque de viviendas que está compuesto por habitaciones más o menos regulares, cualquiera de las cuales puede tener cualquier uso. Es decir, la forma de la cámara no define que sea la sala de estar o un dormitorio; ¡incluso la cocina puede situarse en cualquier habitación! La gran virtud del sistema es que estas habitaciones pueden conectarse entre ellas de forma que las viviendas crezcan o decrezcan en función de las necesidades de sus habitantes. Ahora se ha definido por 22 viviendas, pero puede tener muchas más o muchas menos, lo que supone también adaptaciones en las fórmulas de alquiler, por ejemplo. Sólo tener la potencialidad de hacer estos cambios, esta flexibilidad, es un valor añadido que no todas las viviendas tienen. Supone una gran versatilidad en un mismo edificio, lo que permite una mayor adaptación a las diferentes realidades sociales. Hemos pasado una época en la que la mayoría de las viviendas se definían con una estructura jerárquica que respondía a tipo familiar compuesto por padre, madre e hijos: una sala de estar amplia, la habitación más grande de los padres y las más pequeñas para los niños … en cambio el porcentaje social que responde a este modelo familiar ya no es el mayoritario. Debemos empezar a entender la vivienda de una forma más amplia, aunque los primeros que tenemos que cambiar, sin embargo, somos nosotros.