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María Langarita (1979) fundó en 2005 junto a Víctor Navarro el estudio que lleva sus nombres y que en poco más de una década ha desarrollado un puñado de proyectos que han obtenido reconocimiento por su voluntad innovadora, eficiencia y capacidad imaginativa. El Medialab-Prado de Madrid, el Auditorio Cerro Juli en Arequipa (Perú) y la Red Bull Music Academy son algunos ejemplos de cómo han llevado a la práctica su investigación teórica sobre el busto y el pellejo de la arquitectura.

-Vuestra propuesta En Movimiento ha sido premiada en la última edición de los premios Europan. ¿Se puede considerar como una propuesta de deconstrucción urbana para Barcelona?

María Langarita: El proyecto pretende más bien una reidentificación urbana. Se ubica en una nueva zona de desarrollo de Barcelona, la Marina del Prat Vermell, en la que está prevista una importante dotación de vivienda y, especialmente, de vivienda social, que constituía el requerimiento del concurso.

Barcelona mantiene una relación muy paradigmática con sus edificios, y ése es uno de sus atractivos turísticos pero, por otra parte, habíamos observado que la forma de crear algunos espacios públicos acababa provocando una desconexión de la ciudad del entorno natural en el que se asienta. Propusimos unas operaciones que permitían aprovechar la oportunidad de cada nueva edificación, sobre todo de carácter público, para desvelar ese terreno sobre el que se asienta la ciudad.

Así, las operaciones urbanas asociadas a la edificación permiten ir desvelando que esta parte de la ciudad se asienta sobre las huertas, lo que era la Marina del Prat Vermell antes que la ciudad se desarrollase. Una pequeña operación urbana como ésta, que se podría trasladar a otras partes de la ciudad asentadas sobre terrenos más pedregosos o antiguos bosques, puede ayudar a desvelar ese espacio previo preexistente antes de que la ciudad se instalase.

Europan es un concurso europeo para arquitectos menores de 40 años que realizan propuestas en respuesta a las demandas planteadas por una serie de ciudades que participan en el certamen. El concurso pide una definición a nivel de anteproyecto de ideas para la ciudad y luego ésta decide si lo desarrolla o no. En este caso, nosotros tenemos mucha ilusión y confianza en que vamos a poder desarrollar este proyecto con el Ayuntamiento de Barcelona.

-¿Enlaza esta propuesta con vuestro con vuestro convencimiento sobre la necesidad de repensar la arquitectura y las ciudades de forma diferente?

M.L. Uno de los criterios generales del concurso Europan era el replanteamiento de la ciudad desde el punto de vista de la accesibilidad y la flexibilidad. Nosotros tenemos una base conceptual que hemos desarrollado en diferentes proyectos y que, a grandes rasgos, consiste en dividir la arquitectura en sus partes blandas y en las más duras. Es lo que denominamos busto y pellejo.

Las partes más duras son las que se mantienen mejor en el tiempo, pero también son las que permiten menor intervención. En cambio, existen otras partes que tienen que ver con la madera, con lo textil, por ejemplo, que permiten una intervención del ciudadano más intensa y que están presentes desde el principio de la historia de la ciudad como tal. Queremos asegurar que la arquitectura que proponemos tenga esas partes más blandas y elásticas.

Así, nuestro proyecto para el Europan propone una estructura de edificio que no estaba compactada al 100%, sino que a partir de unas bandejas con la parte dura de hormigón y las grandes cargas estructurales y de instalaciones, mantiene una distancia entre forjados de entre 7 y 9 metros. Esto permite que dentro se vaya construyendo con otras técnicas como muros de madera, que permiten que ahora tengas tu vivienda, pero que, a lo mejor, dentro de dos años puedas contar con dos habitaciones más sin tener que recurrir a una empresa constructora.

En el contexto urbano occidental más global, asistimos a una progresiva saturación normativa, un control exhaustivo de casi todo que provoca la aparente ausencia de espacio para la libertad o la intervención ciudadana, tanto a nivel social como más individual. Todas las operaciones que vengan a rescatar áreas de más libertad en la intervención son muy importantes, no sólo porque la creatividad humana es incontrolable e incontenible, sino porque permiten pequeños procesos de reapropiación, de reconexión de los afectos del ciudadano con la ciudad.

Estas redes afectivas son, en el fondo, las que permiten que la energía cautiva en las ciudades se conserve más tiempo, y que sean más sostenibles más a largo plazo. Por eso, estos pequeños espacios para la reapropiación y la reconexión son muy importantes, no solo desde un punto de vista narrativo-lírico, sino desde la sostenibilidad.

¿Son como aquellas pequeñas operaciones de acupuntura urbana a las que se refería Jaime Lerner hace unos años?

M.L. En aquel caso, Lerner se refería sobre todo a intervenciones desde el sector público y ahora se trataría de que el ámbito privado pueda también operar en este sentido. Es en este tipo de operaciones más ligadas a la política que a la estética en las que nos interesa colaborar, contribuir a que aparezcan en la ciudad. Hoy en día, asistimos a muchos fenómenos en los que estas acciones se desarrollan en el espacio público, pero no en las edificaciones.

-Sin abandonar la reflexión urbana, creo que vuestra participación en la Bienal de Arquitectura y Urbanismo de Shenzen también ha girado alrededor de este eje. ¿Qué ha supuesto esa experiencia?

M.L. Cada vez que participamos en una convocatoria de este tipo la planteamos como una oportunidad de seguir investigando. En este caso, lo que hicimos fue un pequeño análisis y reflexión sobre el espacio de trabajo en Shenzen a partir de la información que pudimos encontrar por Internet. Aplicamos de nuevo la distinción entre busto y pellejo, lo que podía ser sustituible y lo que no. El pellejo estaba formado por los elementos que pueden desaparecer o trasladarse con un cambio de sede de la compañía, como son los papeles, las plantas de los trabajadores, los colgadores con su ropa o las lámparas. Entonces pensamos ¿qué pasaría si intentásemos construir la imagen de un espacio de trabajo utilizando sólo estos elementos más blandos?

De ahí surgió el Embodied Project, esa especie de orgía vegetal en la que ya no hay un techo clásico con lámparas, sino una tecnología de lamas de aluminio para reflejar la luz que ocupan de forma masiva la cota superior. Fue muy divertido trabajar allí durante un mes y crear este nuevo espacio.

-Habéis hablado en ocasiones de fragilidad y desertización al referiros a la situación en que la crisis ha dejado a la arquitectura. ¿Este panorama está cambiando?

M.L. Al hablar de fragilidad en este contexto de crisis, nos referíamos más a que este frenazo de la edificación más dura, de grandes proyectos, ha hecho mucho más visibles otras arquitecturas ligadas a lo efímero. Son este tipo de acciones propias de esta arquitectura más blanda, que se asocian incluso con la decoración de interiores pero en las que se han involucrado casi todos los grandes arquitectos en un momento u otro, desde Palladio a Miralles o Le Corbusier.

Estas arquitecturas de consistencia más blanda siempre están ahí, pero quedan más ocultas en épocas de vigor, de crecimiento, de grandes operaciones con grandes presupuestos. Como el nuestro, el trabajo en esta línea de otros muchos estudios se ha hecho más visible. Se trata de nuestra lectura positiva de la crisis, pero no pensamos que sea mejor una arquitectura dura que una blanda. Sólo se trata de una descripción de la situación tal y como la interpretamos.

-¿No existe entonces una antagonismo busto-pellejo?

M.L. No son modelos antagónicos, sino complementarios. Lo que reivindicamos con nuestras investigaciones y nuestros proyectos es que ambas consistencias están siempre presentes en la arquitectura. Lo que ocurre es que, en determinados momentos de la historia, hemos descrito la arquitectura desde esos aspectos más minerales. La convivencia de las dos consistencias es intrínseca a la disciplina arquitectónica. La arquitectura es una disciplina que, como otras, trabaja en el largo plazo desde un punto de vista cultural, aunque responda a unos requerimientos y realidades actuales. Será estudiada e interpretada de nuevo dentro de 200 o 300 años y esto hace que se escape de criterios como de la eficiencia económica, que tienen más que ver con el corto plazo.

La arquitectura más perdurable trabaja con unas leyes que superan las crisis, las vidas del tiempo humano. La arquitectura viaja en el tiempo y lo que hoy construimos volverá a ser interpretado por otros seres humanos dentro de dos o tres siglos.

-¿De la emergencia y la precariedad puede, debe o siempre emerge una mejor arquitectura?

M.L. Como la arquitectura en su análisis tiene componentes que afectan más al largo plazo, es difícil saber si lo que estamos haciendo es mejor o peor que lo anterior. Eso es algo que deberá ser interpretado en el futuro. El contexto de crisis que hemos vivido ha obligado a dejar un poco de lado la reflexión de la arquitectura a largo plazo, pero es un elemento que sigue estando presente en la teoría de la disciplina.

En la medida en que la arquitectura es capaz de incluir las conexiones del presente, del pasado e incluso las especulaciones del futuro y superar el corto plazo -que es donde queda constreñida o atrapada- mejora porque multiplica sus lecturas y se vuelve más ambigua.

El Reina Sofía, en Madrid, por ejemplo, se construyó como un hospital, luego fue una cárcel y luego un cuartel y hoy es un centro de arte contemporáneo, pero quién sabe si dentro de 100 años tiene un uso y una interpretación completamente diferente. A lo mejor la arquitectura que vemos ahora en un contexto de crisis ya no es interpretada en un futuro con estas claves. La arquitectura en sí misma no es la vida, sino que es tocada por ella.

-¿La sensibilidad ambiental es una preocupación fundamental en vuestros proyectos?

M.L. Es un concepto fundamental, que se ha consolidado de forma muy fuerte en nuestra generación. La sostenibilidad cobra sentido cuando valoramos la arquitectura en el largo plazo. Simplemente, se trata de pensar que ahora existen unas personas con unas necesidades, pero que dentro de 300 años nacerán otras personas con necesidades.

Pero este planteamiento es igualmente válido para los animales. Existen unas ecologías que debemos tener en cuenta cuando operamos hoy. Después existen gadgets que facilitan, por ejemplo, el control energético en el hogar o las oficinas, pero éste es solo un aspecto de la sostenibilidad. Por ejemplo, hay otro que a nosotros nos parece igual de importante y que viene de la belleza.

En la medida en que la belleza aparece como parámetro en los procesos de diseño, las personas desarrollan una relación afectiva con las cosas y propicia que las mantengan. De la misma forma, hay algo en determinadas arquitecturas que las personas conservan porque les gusta. En el momento en que las personas dejan de habitar un espacio o de estar relacionados afectivamente con él, la arquitectura invertida en la construcción de ese espacio se va degradando. O sea que esta dimensión de la belleza también influye en la sostenibilidad.

-La cotidianidad es un factor fundamental en muchos de vuestros proyectos. ¿Es un elemento que notáis a faltar en la arquitectura de nuestros días?

M.L. Quizás la excesiva normativización de la que hablaba antes hace que muchos espacios se vuelvan ajenos y sea complicado apropiarse de ellos. Desde el principio de nuestra actividad hemos tenido la certeza de que la arquitectura no se conserva por sí misma. Sólo se conserva si un ser humano está unido a ella con una relación de afecto.

En este sentido, los canales y los recursos de la cotidianidad son fundamentales para que los afectos operen, porque otro elementos como el archivo, la academia, consiguen que determinados humanos reconozcan determinados valores en la arquitectura y pongan todo su esfuerzo en conservarla desde un ámbito más culto, que también es fundamental, pero la vía de la cotidianidad aumenta este abanico y cuanto más amor, más afecto mejor se conserva la energía.

Esta visión de las cosas se puede aplicar tanto a la arquitectura como a los pequeños objetos o a la totalidad del ecosistema.

-¿Qué importancia tienen la innovación y la investigación en vuestro trabajo?

M.L. Nosotros intentamos trabajar siempre en un contexto de innovación; siempre planteándonos preguntas nuevas e intentando responderlas de forma distinta, acumulando experiencias diferentes. A nivel económico, se puede considerar que llevamos a cabo un ejercicio antiescala, porque intentamos no repetir nunca una solución. Pero de alguna forma, ésta es nuestra gasolina, es lo que nos mantiene enganchados a un nivel de exigencia muy alto. Para nosotros es vital, seguramente ruinoso, pero vital.

-¿Qué suponen los concursos en la dinámica de vuestro trabajo?

M.L. Los concursos son una puerta increíble, porque permiten a un estudio que a lo mejor no tiene un currículum extenso o una gran dimensión empresarial hacer proyectos a gran escala. Sin embargo, nos hemos encontrado con clientes privados y proyectos de tamaño mediano y pequeño que son auténticos cómplices en este trabajo con la innovación. La aprecian, la saben ver y se enganchan a ella.

-¿En qué proyectos estáis inmersos actualmente?

M.L. Estamos haciendo varias viviendas, varios concursos y el proyecto Europan, que para nosotros es muy importante, porque es la primera vez que vamos a hacer vivienda colectiva, social en un contexto político que nos resulta muy excitante. Además, continuamos investigando, trabajando en un par de libros… La verdad es que estamos a tope.

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