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Acabamos de salir de una crisis que no solo ha afectado nuestro territorio. Ha sido global, y así es perceptible gracias a que la Red nos permite apreciar por primera vez la Tierra en su verdadera magnitud. El mundo sufre una transformación basada en un proceso de urbanización que acabará con casi el 70% de la población mundial viviendo en ciudades de aquí a poco más de 15 años. Las ciudades son organismos inmersos en un proceso propio de transformación que las haga más sostenibles, más justas socialmente, más potentes económicamente. Y es éste el panorama que el sector de la construcción puede vivir como una oportunidad para salir de una crisis propia que no solo ha sido económica sino marcada por una serie de factores sistémicos propios que han llevado a la necesidad de que sea repensada. Es éste el panorama que puede llevar a este sector a convertirse en una herramienta de transformación social de primer nivel, dignificando edificaciones, espacios públicos, equipamientos… construyendo el entorno físico para esta nueva manera de vivir.

El sector de la construcción se encuentra actualmente fragmentado en subsectores. Los diversos agentes que lo componen no han colaborado demasiado entre ellos, lo que ha dificultado la transferencia del conocimiento y la continuidad de los proyectos a largo plazo. Eso, como si fuese una reacción en cadena, ha centrifugado el talento hacia otros sectores o hacia el extranjero, convirtiendo esta fuga de cerebros en uno de los factores más preocupantes. Así: fragmentación, ausencia de colaboración, transmisión del conocimiento insuficiente y fuga de cerebros son los cuatro problemas principales a los que nos enfrentamos.

El sector de la gastronomía catalana tenía hace pocos un problema parecido: se encontraba alejado del prestigio de otras cocinas como la francesa o la italiana, dotadas de identidad nacional, fantásticamente exportadas, elogiadas y conocidas en el mundo entero hasta el extremo de ser sinónimos de buena comida. Dotadas de un aura ceremonial que las hacía ser las preferidas para cualquier tipo de celebración: desde una cena romántica a una comida de negocios. En este marco, la gastronomía catalana resistía peor que bien reducida a una condición casi folklórica como marco de celebraciones familiares informales o en casas de menús diarios. Hasta que un grupo de cocineros, conscientes de la riqueza de su tradición, de la calidad de sus productos, de todo el poso de sabiduría presente en sus recetarios, se decidió a prestigiarla. Realizaron un gran esfuerzo de puesta al día, innovaron, pusieron sobre la mesa conceptos tan en boga actualmente como la sostenibilidad, el kilómetro cero. Realizaron un gran esfuerzo de comunicación y, como recompensa, es una de las cocinas más presentes en los ránkings de Estrellas Michelin, lo que la ha dejado al mismo nivel que las grandes cocinas del mundo.

Uno de estos restaurantes que año sí año no es designado con el título de mejor restaurante del mundo es el Celler de Can Roca, actualmente centro de una empresa de éxito que también comprende lugares de celebración como el Espacio Mas Marroch, lugar donde se celebraron los días 28 y 30 de junio dos jornadas de presentación del salón BB Construmat. No querían ser encuentros al uso: más informales, más disruptivas. El lugar tampoco fue elegido al azar. Los hermanos Roca, artífices del éxito, presentaron el encuentro hablando de su experiencia remontando su sector con un camino que podría ser paralelo al que se podría utilizar para hacer salir de la crisis al sector de la construcción. El encuentro reunió a más de cien empresas líderes del sector que tuvieron la oportunidad de escuchar la presentación a cargo de la directora del certamen, Ione Ruete, en un ambiente distendido que favorece la atención y el intercambio de pareceres. El salón BB Construmat arranca con el mismo optimismo que contagia una celebración como la que se vivió en el Mas Marroch.

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