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(…) Sabemos que el Hombre Blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que el otro porque él es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermano sino su enemigo. Cuando la ha conquistado la abandona y sigue su camino. Deja detrás de él las sepulturas de sus padres sin que le importe. Despoja de la tierra a sus hijos sin que le importe. Olvida la sepultura de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano el cielo, como si fuesen cosas que se pueden comprar, saquear y vender, como si fuesen corderos y cuentas de vidrio. Su insaciable apetito devorará la tierra y dejará tras sí sólo un desierto.
(…) Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia.

Aún el Hombre Blanco, cuyo Dios se pasea con él y conversa con el -de amigo a amigo no puede estar exento del destino común-. Quizá seamos hermanos, después de todo. Lo veremos. Sabemos algo que el hombre blanco descubrirá algún día: que nuestro Dios es su mismo Dios. Ahora pensáis quizá que sois dueño de nuestras tierras; pero no podéis serlo. El es el Dios de la humanidad y Su compasión es igual para el hombre blanco. Esta tierra es preciosa para El y el causarle daño significa mostrar desprecio hacia su Creador. Los hombres blancos también pasarán, tal vez antes que las demás tribus. Si contamináis vuestra cama, moriréis alguna noche sofocados por vuestros propios desperdicios. Pero aún en vuestra hora final os sentiréis iluminados por la idea de que Dios os trajo a estas tierras y os dio el dominio sobre ellas y sobre el Hombre de Piel Roja con algún propósito especial. Tal destino es un misterio para nosotros porque no comprendemos lo que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes.
¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció.
Así termina la vida y comienza la supervivencia.

Fragmentos de la carta del Gran Jefe Sioux Toro Sentado a Franklin Pierce, XIV Presidente de los Estados Unidos de América, 1855.

Resulta casi inevitable leer esta carta y no indignarse con el gobierno americano que se erige, tan sólo por el hecho de haber sido la institución contra la que se ha hecho este escrito, como depositario de todos los males que han llevado al ser humano a alejarse del valor fundamental del contacto con la naturaleza y de la fusión con el medio ambiente. Quizá lo será menos si reflexionamos sobre esta reflexión y analizamos sus consecuencias inevitables. La primera de ellas se nos rebela si nos preguntamos cuánta gente sería capaz de alimentar una tierra entendida, cuidada y habitada siguiendo las reglas que el jefe Toro Sentado propone. Porque la respuesta a esta pregunta sería que la ciudad de Barcelona (si entendemos ésta como el territorio comprendido entre Collserola, el mar, el Llobregat y el Besòs) sólo podría alimentar a cuatro personas. No cuatro familias: cuatro personas (1).

Tan sólo cuatro personas.

El paradigma actual del Planeta Tierra (2) es que más del 50% de su población es urbana. En las próximas décadas el porcentaje subirá al 75%. Si consideramos que el ser humano actual no es genéticamente diferente a los nativos americanos o, pongamos, a los Hombres de las Cavernas, y que, incluso, el tamaño de nuestro cerebro ha disminuido respecto el de los Hombres de Neanderthal, nos daremos cuenta de cuán desconectados estamos de este medio donde vivimos actualmente. El camino que va de estas cuatro personas que sólo podía alimentar este llano de Barcelona a los dos millones largos, casi tres, que viven actualmente se ha hecho exclusivamente gracias a la tecnología. La tecnología nos cobija. También hemos descubierto a las malas que un mal uso, o un sobreuso de la misma, nos puede ahogar.

Es una creencia común que el nivel tecnológico de la construcción actual se puede mantener bajo. Lo que, por poco que pensemos, no es así. Por ejemplo: el uso actual de un material como el barro cocido (la cerámica, vaya), sujeto a normativas que lo estandaricen y que presupongan el comportamiento homogéneo que se atribuye a un producto que sale de fábrica con una calidad regular y controlable requiere un uso alto de la tecnología. Si de los componentes pasamos a los semicomponentes (desde una carpintería a un interruptor pasando por un panel de hormigón prefabricado) o a los componentes (una caldera de calefacción, una cocina) los niveles de exigencia actuales nos llevan hacia unos artefactos que pueden llegar a ser más sofisticados que un ordenador de mesa común. De hecho a menudo incorporan uno de ellos.

Pero volvamos a la base: el habitante urbano actual vive en un espacio generalmente alejado de la tierra, acotado por un parámetro tan abstracto como es el valor económico del suelo. Parámetro que, combinado con los condicionamientos urbanísticos de su emplazamiento, puede dejar este espacio monoorientado al oeste ventilando sólo por una fachada, por ejemplo.

En estas condiciones la tecnología será casi el único parámetro con que contará el arquitecto (y, posteriormente, el habitante) para condicionar su espacio y convertirlo en una vivienda. Los arquitectos, generalmente, procuran condicionar sus viviendas con lo que consideran un nivel tecnológico bajo. Lo que, por la propia naturaleza de la construcción contemporánea, no es posible. Una ventana implica tecnología. Elementos pasivos como un porche o un patio implican tecnología. Incluso las proporciones de estos elementos (el ADN del lenguaje arquitectónico) están relacionadas con la tecnología. La tecnología, una tecnología alta, sofisticada, a menudo tan antigua y probada que hemos olvidado su naturaleza, es inherente al mundo de la construcción. Y en cada momento de la historia se ha usado el nivel tecnológico consolidado más alto al alcance de los constructores o arquitectos. La tecnología, en nuestro marco urbano alejado del medio natural, permite ocuparse de los parámetros culturales de la vivienda configurando su espacio y sus usos y permitiendo relacionarse, e incluso crear, un medio adecuado para el habitante. Nuestro clima mediterráneo permite durante gran parte del año la vida a la intemperie, en el espacio exterior sin tratar. Cuando este espacio se condensa y se hace interior las condiciones antes descritas a menudo se vuelven, si no se actúa sobre ellas, inhabitables: el medio natural enlatado, confinado, deja de ser acogedor. La tecnología juega, aquí, un papel importante, porque será el medio con que podremos retornar estos espacios inhóspitos a las condiciones sensoriales en las que nuestro cuerpo se siente cómodo. Nos permitirá acondicionar aire (lo que no tiene por qué implicar enfriarlo, o incluso calentarlo, por medios mecánicos), retener calor o disiparlo, provocar o evitar la inercia térmica. Incluso producir energía o alimentos. incluso poblar de verde nuestro medio artificial. Esta tecnología no tiene escalas: se encuentra en los cimientos del edificio y en los pequeños aparatos de mano. Entre el electrodoméstico y la vivienda la frontera es cada vez más difusa.

Hay que considerar también que no todo el mundo tiene acceso a una vivienda de nueva planta diseñada con criterios eficientes, o que todavía menos gente tiene acceso aun espacio diseñado expresamente para sus necesidades. Y que, entonces, la tecnología es un buen intermediario para convertir un espacio dado en unas condiciones de habitabilidad precarias, un espacio pensado exclusivamente para optimizar el rendimiento del suelo, en un hogar.

Si volvemos a los Hombres Puros, a los nativos americanos del discurso de Toro Sentado, nos daremos cuenta de que, incluso ellos, con su nivel casi total de comunión con el medio ambiente, ya formaban una sociedad tecnológica. Sus casas o tiendas (dotadas de un alto grado de sofisticación) ya la implicaban. También los medios para controlar el fuego, conservar los alimentos o, sobre todo, las armas que les permitían cazar y defenderse, la pérdida de las cuales implicaba una muerte segura.

Incluso en este nivel cero de comunión con el medio el ser humano depende de la tecnología. Este conocimiento y su transposición a nuestras condiciones contemporáneas sólo nos puede hacer tratarla, convivir y usarla convenientemente no según una visión antropocentrista y miope de la naturaleza, sino según una relación de equilibrio con este nuevo medio capaz de soportar y alimentar la existencia de diversos miles de millones de personas.

(1) Esta reflexión pertenece a un ingeniero de IDOM del cual, desafortunadamente, he olvidado el nombre, y la pronunció en una conferencia en la Casa de la Caritat, diría. La carta se puede leer entera aquí: http://kayacoa1511.blogspot.com.es/2014/12/carta-del-gran-jefe-kacikepiel-roja.html
(2) Que, si no me equivoco, se cumple también en España. En Cataluña seguro.

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